“La Caridad comienza donde termina la justicia”
Sin lugar a dudas los rasgos más notables del P. Hurtado están asociados a su encarnación del Evangelio a esa progresiva identificación con Jesucristo y, por lo tanto, a una creciente conversión que lo llevó a reconocer lo medular de la fe. La no siempre fácil compresión de la justicia y la caridad estrechamente entrelazadas entre sí, es lograda por le P. Hurtado no sólo en el discurso sino también en los hechos. En él encontramos una coincidencia casi plena entre su “persona” y su “misión”
Hoy cuesta mucho cambiar radicalmente como lo hizo él, hasta llegar a comprender y a sentir internamente lo esencial de la Buena Nueva. Buscamos mil pretextos para evadir la respuesta a Cristo, nuestro estilo de vida se va acomodando, intelectualizamos la pobreza, nos quedamos en las cifras y terminamos por enfriar el corazón. Perdemos la hermosa privilegiada y transformadora oportunidad de entregarnos, sacrificarnos, en una palabra de donarnos en los demás, especialmente en los “privilegiados” del Señor.
La certeza de encontrarse y experimentar a Cristo en el más marginado debería ser un potente motor que moviera a la sociedad a actuar con mayor justicia y caridad. …La responsabilidad es de la comunidad humana y cuando esta se escuda en que sólo le corresponde al estado o a los “ricos”, se equivoca, como dijo San Alberto Hurtado: “frente a las miserias de los más pobres, existe una responsabilidad colectiva e individual que en justicia debemos remediar… y si somos culpables es porque en vez de considerarlos hermanos nuestros y de ofrecerles amor y caridad, les escupimos desprecio…”
La Caridad: el alma de la justicia
“El que practica la caridad pero desconoce la justicia se hace ilusión de ser generoso cuando sólo otorga una protección irritante, protección que lejos de despertar gratitud provoca rebeldía” afirmaba el P. Hurtado, y agregaba: “La caridad tiene un presupuesto, un pedestal macizo que suele olvidarse: es la justicia. A veces se coloca la caridad sobre pedestal de cartón y se viene abajo”
“Que en cada hombre, por más pobre que sea, veamos la imagen de Cristo y lo tratemos con ese espíritu de justicia, dándole todos los medios que necesita para una vida digna, dándole toda la confianza, el respeto, la estima de su persona que es lo que el hombre más aprecia, pero, oigámoslo bien, la estima debida al hermano, no la fría limosna que hiere”. Esta caridad, este amor dignifica al otro haciendo justicia a su realidad de Hijo de Dios y hermano nuestro.
¿Cómo puede uno “darse con caridad y justicia” –y no solo “dar”- a los más pobres?
La experiencia nos demuestra que toda relación humana con los pobres conlleva un desarrollo que -para reconocer y salvaguardar su dignidad- por lo menos implica tres dimensiones: la formación de un vínculo, la generación de confianza y la facilitación de la autonomía.
El desconocimiento o mala realización de alguna de estas tres dimensiones lleva a un maltrato contra los más pobres. Por ejemplo, el “hacerlos dependientes” no sólo de recursos materiales sino también de mis afectos (obteniendo una gratificación egoísta a partir de ello); o el “tratarlos como números” a los cuales se les entrega beneficios “por ventanilla” sin relación alguna de índole personal; o por último, la duda, la duda permanente que genera desconfianza e impide el crecimiento. Caridad y Justicia, una sola cosa en nuestra donación al otro: “Finalmente nuestro amor ha de ser más que pura filantropía, ha de ser entrega al otro, una donación justa que dignifique al prójimo”
La Regla de oro
“La imitación de Cristo: ¿Qué significa?
No es ciertamente fría repetición de lo que hizo, ya que sus condiciones de personalidad, de vida, de ambiente son tan diferentes de las actuales. Él era Hijo de Dios, actuó en Palestina, ante un mundo pagano. Nosotros, pobres mortales, en un ambiente tan diferente.
…Supuesta la Gracia santificante, que mi actuación externa sea la de Cristo, no la que tuvo, sino la que tendría si estuviese en mi lugar. Hacer yo lo que pienso ante Él iluminado por su Espíritu: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Ante cada problema, ante los grandes de la tierra, ante los problemas políticos de nuestro tiempo, ante los pobres, ante sus dolores y miserias, ante la defección de los colaboradores, ante la escasez de operarios, ante la insuficiencia de nuestras obras, ¿Qué haría Cristo si estuviese en mi lugar? Si en estas circunstancias Cristo se hubiese encarnado y tuviese que resolver este problema, ¿Cómo lo resolvería? ¿Obraría con fuerza o con dulzura? ¿Empuñaría el látigo con que arrojó a los vendedores del Templo o las palabras de perdón del Padre del pródigo? …Y lo que entiendo que Cristo haría, eso hacer yo en el momento presente. Aquí está toda la perfección cristiana: imitar a Cristo en su divinidad por la gracia santificante, y en su obrar humano haciendo en cada caso lo que Él haría en mi lugar” (Prédica a los Obispos, 1940)