Hablar de espiritualidad dehoniana es hablar necesariamente del corazón de Jesús. Es por ello que nuestra primera tarea es revitalizar el concepto bíblico de corazón. La palabra corazón está repleta de significado, aparece más de mil veces en toda la Escritura. Esta palabra tiene resonancias distintas en nuestra cultura y en la cultura hebrea. Generalmente, hablar de corazón en la cultura occidental nos remite al mundo afectivo del ser humano: sus sentimientos y emociones. En cambio, en el lenguaje bíblico, el corazón tiene un sentido mucho más amplio: designa toda la personalidad consciente, inteligente y libre del ser humano.
La Biblia no tiene reparos en hablar del corazón de Dios ya en el A.T. no lo hace en sentido literal, sino que refleja una realidad más profunda: Dios ama y quiere, proyecta la salvación de su pueblo y de todas las familias de la tierra. Dios se compadece del sufrimiento de su pueblo. Podríamos decir que el corazón de Dios es tierno y compasivo, lento para enojarse, rico en piedad y leal (Ex 34,6). Por la encarnación, el corazón de Jesús participa realmente de nuestra condición humana y asume nuestros anhelos más profundos. Porque ha compartido nuestra existencia entiende y habla nuestro lenguaje. En sus actitudes, podemos descubrir que el corazón de Jesús encarna el Reino y personifica el amor del Padre. Se acerca a los que nadie se acercaba, es decir, a los marginados y excluidos para hacer presente la actitud amorosa del Padre que tiene otro plan para los pequeños y pecadores. El plan que Dios tiene para todos los hombres y mujeres y para toda la creación, es conducirlos hacia su dignidad total y plena.